Ánimo descompuesto

La democracia dominicana no está en riesgo, pero sí menguada en su ejercicio personal, y no por medidas de coerción, sino intolerancia del prójimo. En los medios, en particular red, radio y televisión se respira un aire enrarecido como la humareda de Duquesa, o se padece un malestar propio de pandemia. Gente que ejerce sus derechos y practica sus libertades sin ninguna restricción, se vale del insulto para atemorizar e impedir que otra se desenvuelva en iguales condiciones. Muchos se hacen al ambiente y pasan por alto una situación de embate que pone en entredicho la convivencia democrática. Un orden que como manto sagrado debe cubrir a todos. Uno se pregunta si los candidatos están enterados de esa degradación, y si la permiten a conciencia o como mal menor, pues la perversidad se usa a su favor.
No es tanto la militancia en un partido como la adhesión y el fervor por un aspirante, y más si es a la presidencia de la República.
Tampoco se conoce el cálculo, y se hace cuesta arriba creer que a mayor insolencia, superior votación, ya que la decencia –todavía– es norma, no excepción. Aunque tal vez convenga recapitular, y admitir una mudanza de ánimos, que organizada o natural, mejora la circunstancia. Existe violencia verbal, y a veces de espanto, pero no física. Los muertos de ahora son ocasionados por el coronavirus y no por los enfrentamientos de campaña, como sucedía en un pasado no muy distante.
Es un mal recuerdo, pero no deben olvidarse los llamados muertos de campaña, y pensar que el espíritu de Compadre Mon no cabalga en estos tiempos. La demagogia fue en época preterida la sal de la política, al menos así la consideró Winston Churchill. Ahora lo sería el populismo, que se desata como zapato viejo y no hay manera de recoger los cordones.
Gajes del oficio podría decirse.
Lo graves es la violencia física de antes que producía saldos luctuosos o de palabras en estos días que deshonra innecesariamente.
El discurso político debe recuperar su puesto y enaltecer otros valores que no sean el agravio y la descalificación.
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